Reportajes

jueves, 23 de diciembre de 2010

Rara avis

 







En el barrio en el que vivo hay variada presencia de extranjeros: centroamericanos, centroeuropeos, africanos…Una gama de color, de lenguas, de historias familiares.

Pero es la primera vez que me encuentro con este par: abuela y nieta, en el que al menos una es de origen extranjero.
De la más pequeña lo desconozco todo. Sólo sus rasgos conducen mi pensamiento. Pero por su apariencia, por su edad, me atrevería a pensar que es una española, tan legítimamente española como cualquiera de los que componemos nuestra sociedad.
Una sociedad históricamente mestiza que ha combinado palabras, músicas, gestas...de gentes venidas de muchos mares y de muchas tierras. Con momentos brillantes de convivencia y oscuros de intolerancia a lo largo de muchos siglos.
Actualmente nuestra sociedad vuelve a fermentar con levadura nueva. Se enriquece de voces, de tonos, de miradas, de risas y llantos a dos lenguas…

Viendo a esa abuela – rara avis – en nuestros parques, no puedo por menos de reconocer el valor de estas mujeres que, dejando atrás su mundo conocido, se atreven a la aventura del trasplante de sociedad, que en algunas ocasiones es hostil.

Viendo a esa niña preciosa no puedo dejar de hacerme preguntas:
¿Qué será de esta niña dentro de 25 años? ¿Será una más de las mujeres universitarias de nuestro país? Acaso una brillante científica? Tal vez una periodista de renombre?

Con un poco de suerte, una española más, con sus sueños por cumplir…
¿Podemos permitirnos desperdiciar capital humano?


He tenido que detenerme.
Una abuela lanzaba, una y otra vez, la pelota rosa para que la atrapasen las manitas tiernas de su nieta.
No fue el juego el que me detuvo.
La escena poco usual y el hecho de tropezarme en la calle con una abuela oriental provoco mi sonrisa.
Le pedí permiso para inmortalizar esa relación.
Salvó el foso de la incomunicación con lenguaje de gestos. Como hacen entre ellos los niños que juegan en los parques. Y orgullosa, posó para mí…
El encuentro fue breve.
Yo, contagiada por su sonrisa, conduciendo por la M40, camino del colegio de mis nietas para recogerlas, me sentí interpelada por esa otra abuela que se cruzó en mi camino esta tarde.
¿Entenderás que nuestras niñas son un bien preciado que hay que proteger?
¿Estás en condiciones de aceptar que merecemos que nos tratéis como iguales?
¿Apoyas a quienes dicen que somos el problema de tu país?
¿Puedes verte en una acera de mi país, con una de tus nietas, sin poder comunicarte conmigo? ¿A qué aspirarías en ese caso?

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