Me caía bien. En la distancia me caía bien. La radio lo había traído y aprecié su voz serena, carente de estridencia histriónica que caracteriza a muchos de sus colegas. Incluso comencé a respetarle cuando él dio muestras de respetarse a sí mismo. En las luchas internas de su partido habían traspasado líneas rojas y él lo denunció públicamente el presunto espionaje a que había sido sometido por gente a sueldo de la C. de Madrid.
Reconocí su valor por enfrentarse a la todopoderosa Esperanza Aguirre que respondió con un año de suspensión de militancia en el PP de Madrid a quien había osado poner negro sobre blanco las malas artes de sus compañeros de partido y sin embargo enemigos.
Me hubiera gustado seguir respetando a Manuel Cobo, vice - alcalde del ayuntamiento madrileño. Pero me lo ha puesto imposible.
En esta ocasión fue la tele la que me trajo la mala noticia. Me resultaba tan increíble que abrí el ordenador, y allí estaban los titulares. Como éste
Sí, así de tremendo sonaba: La presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, Pilar Manjón, ha denunciado este viernes que el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, les dijo, cuando pidieron un nuevo monumento en la estación del Pozo del Tío Raimundo, que "cualquier día tendrían que hacer un monumento para las putas de Montera".
Llevo días postergando mis impresiones acerca del tema, porque no quiero que se mal interpreten sólo porque el personaje principal es un político. Pero, finalmente, me he decidido, porque, aunque no ha tenido repercusiones concretas como la presentación de una dimisión o una aparición pública pidiendo perdón por tan desafortunado tratamiento a la mujer que representa a 1.500 familias de víctimas de terrorismo, he considerado que dejarlo pasar transformaría mi silencio en la lana de ese colchón social en el que se amortiguan tantos y tantos comportamientos que perpetúan las exclusiones y que en cualquier otro país democrático de Europa serían reprochados.
Hace muchos años que conozco a Ángeles Pedraza, actual presidenta de la AVT (Asociación de Víctimas de Terrorismo). Es mi amiga, la valoro, la admiro y la quiero. Ella perdió a su hija Miriam en el atentado terrorista de Atocha.
A Pilar Manjón no la conozco más que por los medios de comunicación. Preside la Asociación 11-M afectados del terrorismo. Ella perdió a su hijo Daniel en el mismo atentado en el que murió la hija de mi amiga y tantas otras víctimas.
Dos madres, dos vidas, diferentes destinos que se cruzaron un día sobre las vías de un tren. Respetables las dos. Por el sólo hecho de ser personas, de ser mujeres.
La persona que ostenta un cargo público está tan obligada, como cualquiera de nosotros. Lo saben. Manuel Cobo lo sabe. ¿Hemos de hacer como que no miramos, que no oímos, que no pasa nada? ¿Se atrevería a tratar a mi amiga Ángeles con la misma falta de respeto con la que trató a Pilar? ¿Es que incluso después de muertos sus hijos han de recibir diferente tratamiento?
Durante muchos años han querido que creyésemos que había dos Españas. Yo no acepté nunca esa división porque se trata más bien de que un buen número de personas trata a otras muchas con prácticas excluyentes. ¿Cómo van a oponerse a ello los jóvenes si nosotros nos inhibimos cuando las cosas están así de claritas?
Yo, por mi parte, exijo a Manuel Cobo que trate a Pilar Manjón con el mismo respeto que a Ángeles Pedraza.
¿Es mucho pedir? ¿Podemos aspirar a que la zafiedad no sea una seña admisible en el lenguaje de quienes son elegidos para gobernar nuestras instituciones? Por mi parte, he roto el silencio.
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