Han sido las responsables del mantenimiento de la vida en la última mitad del siglo pasado en nuestro país.
Crecieron en un tiempo revuelto para descubrir después que sobrevivir tenía un precio altísimo. Y se enfrentaron a las circunstancias sin la esperanza de la libertad.
Unas perdieron a sus hijos en los frentes de guerra y tuvieron que continuar caminando, con la carga del dolor, para que no perdiesen el paso los más pequeños, que comían todos los días de unos campos yermos y arrasados a los que habían de arrancarles las patatas, las berzas, las habichuelas…para poder poner el plato del caldo cada día en la mesa.
Otras, aguardaron, mil y un días, con tantas oscuras noches, ansiedad en las caras, las manos surcadas por las grietas de la “casca” que teñían las redes, la llegada de las gamelas que se habían ido al atardecer y aún no asomaban la proa, por el Balueiro, al alba…
Muchas, muchas, cargaron toneladas de ropa mojada desde el lavadero público a la barra de la cocina de hierro, puesta a secar, invierno tras invierno.
¿Cuántas acompañaron las cajitas blancas, Concepción Arenal arriba, para acompañar a la última morada en las tierras de A Sangriña a los pequeños que no pudieron rescatar de la tuberculosis, del hambre, de la carencia de medicinas?.
Se doblaron bajo el peso de las cargas de batume para la cama de los animales. Empuñaron azadas para cultivar los campos. Cosieron y remendaron. Compraron y vendieron, muchas veces de puerta en puerta. Hicieron el milagro de los panes y los peces con la poca comida de que disponían, año tras año.
Criaron a sus hijos, los mandaron a la escuela, al colegio, para que tuviesen un futuro distinto al suyo. A algunos le tuvieron que pedir su tiempo infantil y sus manos para que ayudasen a mantener a la familia.
Soportaron, con resignación, el papel secundario que la sociedad les otorgó, supeditando su voluntad al criterio de la figura masculina, en el hogar, en la iglesia, en el salón de baile.
Transfirieron el valor del trabajo a su descendencia y la alegría que confeccionaban con su sonrisa, con sus manos, con sus emociones.
Se hicieron mayores. A destiempo unas, con el siglo las otras, fueron yéndose, silenciosamente, sin el reconocimiento público que, como generación que sufrió la guerra y trabajó fuertemente tras el desastre, se merecía.
En esta fecha, hemos de recordar a nuestras abuelas, a nuestras madres, para que nuestro reconocimiento no perpetúe el silencio en el que se ha quedado ese batallón de mujeres a las que les debemos tanto.
El nacimiento del Día Internacional de la Mujer, contrariamente a lo que se creía en todos los foros, no radica en un acontecimiento aislado, sobre el que ni tan siquiera existía consenso entre la historiografía norteamericana y la española, sino que ha de encuadrarse en un contexto histórico e ideológico mucho más amplio.
En la historiografía española la conmemoración del 8 de marzo se vincula, erróneamente, al incendio ocurrido el citado día del año 1908 en una fábrica textil de Nueva York, provocado por el propio empresario ante las obreras declaradas en huelga y encerradas en el inmueble.
En la historiografía estadounidense se vincula, también erróneamente, el origen del 8 de marzo a una manifestación de trabajadoras del sector textil en la ciudad de Nueva York que reivindicaban mejoras laborales.
El Día Internacional de la Mujer, que tiene sus orígenes indiscutiblemente en el movimiento internacional de mujeres socialistas de finales del siglo XIX, tenía como finalidad exclusiva promover la lucha por el derecho al voto de la mujer, sin ningún tipo de restricción basada en el nivel de riqueza, propiedades o educación.
La primera celebración del Día Internacional de la Mujer se produjo el 19 de marzo de 1911, y fue seguida en Austria, Alemania, Dinamarca y Suecia.
En los primeros años, el Día Internacional de la Mujer se festejaba en fechas diferentes según los países. Pero en 1914, a propuesta de las alemanas, el Día Internacional de la Mujer se celebró por primera vez el 8 de marzo en Alemania, Suecia y Rusia.
También la Revolución Rusa de 1917 tuvo una gran influencia a todos los niveles en el Día Internacional de la Mujer. Aunque el 8 de marzo se llevaba celebrando en Rusia desde 1914, en el año 1917 las mujeres rusas se amotinaron ante la falta de alimentos, dando inicio al proceso revolucionario que acabaría en el mes de octubre de ese mismo año. Los acontecimientos del 8 de marzo de 1917 (23 de febrero en su calendario) son importantes, no sólo porque dieron origen a la revolución y porque fueron protagonizados por mujeres, sino porque, según todo parece apuntar, esos sucesos fueron los que hicieron que el Día Internacional de la Mujer se pasara al celebrar sin más cambios hasta la actualidad el 8 de Marzo.
El Día Internacional de la Mujer fue propuesto por primera vez por Clara Zetkin, una representante de la Conferencia de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague en 1910.
La propuesta llegó al comienzo de un periodo de gran transformación social y política en el mundo. Europa estaba al borde de la I Guerra Mundial, los imperios coloniales de Asia y África estaban sufriendo las primeras conmociones de la revuelta nacionalista, y en Norteamérica el movimiento por el sufragio femenino estaba cuestionando algunas de las presunciones de las relaciones humanas. La llamada de Clara Zetkin a las mujeres para unir su lucha por la igualdad de derechos con la lucha por preservar la paz mundial topó con un núcleo sensible.
Cuando se celebró el primer Día Internacional de la Mujer en 1911, más de un millón de mujeres participó públicamente en él.
Además del derecho a voto y a ocupar cargos públicos, demandaban el derecho a trabajar, a la enseñanza vocacional y el fin de la discriminación en el trabajo
Actualmente, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora se ha vivido en muchas partes del mundo como una jornada de protesta contra la llamada “violencia de género”
Quedan muchas injusticias por compensar, como recuerda Gioconda Belli en “El jardín del que nos expulsaron”
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres,
¡Qué poco es un solo día, hermanas,
qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremosAmanece con pelo largo el día curvo de las mujeres,
¡Qué poco es un solo día, hermanas,
qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
-toda la atropellada ruta de nuestras vidas-
deberían pavimentar de flores para celebrarnos
(que no nos hagan como a la Princesa
las floridas avenidas postradas de pena de Londres)
Nosotras queremos ver y oler las flores.Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras en vez de machos,
Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris
Y de los que nos vendaron los pies
Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina
Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía
Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado
Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas
Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir
a riesgo de nuestras vidas
Queremos flores del que se protege del mal pensamiento
obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo
Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte
Queremos flores de los que nos quemaron por brujas
Y nos encerraron por locas
Flores del que nos pega, del que se emborracha
Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes
Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos
Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras
Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género
Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos
donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;
arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,
de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.
Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.
Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde.
Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde.
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