Reportajes

lunes, 31 de enero de 2011

Paseo de invierno

Enero se despide con las temperaturas propias.  El sol, colándose entre nubes, anima al paseo. Me desplazo hacia el Parque Regional de la Cuenca Alta del río Manzanares. En el trayecto compruebo que la nieve ha caído en cotas bajas.
El Olivo de la entrada al pueblo  no estaba cuando los druidas irrumpieron en Manzanares el Real hacia el año 1.000 a. C. Quedan reminiscencias de sus rituales en una fiesta religiosa de la localidad, la de la Virgen de la Peña Sacra.
Mucho después, en los años de la conquista de Roma, los pobladores del enclave entablaron guerras sin cuartel contra los invasores, quedando un asentamiento romano en Manzanares, vestigio de aquella civilización. Tras el período visigodo y de conquista árabe, el pueblo nace en 1248, tiempo en que muchos madrileños durante la Reconquista fueron a la toma de Sevilla y los segovianos repoblaron Manzanares, tal y como se desprende del testimonio que consta en una misiva expedida por Fernando III.
Debido al asentamiento y expansión hacia el Sur de los segovianos en estas tierras, comienza en aquellos días una pugna entre éstos y los madrileños que se solventó, pasados los años, cuando Alfonso X incorporó estos lugares a la Corona, pasando entonces a denominarse “El Real de Manzanares”.

Juan I cedió el territorio a D. Pedro González de Mendoza a fines del siglo XIV, siendo precisamente con la saga de los Mendoza cuando el Real de Manzanares vive su máximo esplendor, durante los siglos XV y XVI.
Posteriormente, pasó por matrimonio a manos de otros miembros de la Nobleza, hasta que en el siglo XVIII regresa a los dominios de los Mendoza, a quienes Felipe V concedió la posesión perpetua.

Una referencia a Santiago me recibe y también las cigüeñas en lo alto de la torre de la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves.  Según la información existente fue fundada a principios del siglo XIV, bajo la protección del primer Marqués de Santillana.

Sin embargo, a fines del siglo XV o principios del XVI fue reedificada, modificándose el pórtico, trasladándolo del lado norte al lado sur. Su estilo arquitectónico no está claramente definido, debido a las modificaciones de que ha sido objeto, mezclando el románico con el gótico sin formar unidad.
Cruzo la plaza del pueblo y entro en un bar que me atrae con un cartel en su puerta en el que anuncia “pulpo a feira”. El personal es muy amable, y me sorprendo de que en la carta de vinos a servir en barra, además de una marca precisa de albariño, ofrezcan un tinto mencía.
Combatido el frío en la primera parada, me dirijo a la joya arquitectónica de Manzanares:
El castillo de los Mendoza.

Este castillo es una importante muestra de la arquitectura militar castellana del siglo XV y uno de los últimos en España. De hecho, su inicial vocación de fortaleza dejó paso a la de palacio residencial de una de las familias más linajudas de Castilla, desde la Edad Media: Los Mendoza.
Erigido sobre una ermita románico-mudéjar en honor a Santa María de la Nava, que data del siglo XIII, el palacio-fortaleza de los Mendoza es, de todas las fortalezas medievales existentes en España, la más conocida y una de las mejor conservadas. Sus obras dieron comienzo en 1475.
Al morir el Primer Duque del Infantado, D. Diego Hurtado de Mendoza, deja sus propiedades a su hijo D. Iñigo López de Mendoza, Conde del Real de Manzanares y Primer Marqués de Santillana. Todos los datos conceden la construcción de este castillo al hijo de éste último, D. Diego Hurtado de Mendoza, primer Duque del Infantado, participando el arquitecto Juan Guas en su construcción.
El castillo tiene planta cuadrada con cubos cilíndricos en las esquinas, salvo en su ángulo sureste en el que se sitúa la Torre del Homenaje. En su lado oriental se adosa un cuerpo secundario de planta rectangular que incluye el ábside de la antigua iglesia.
Este bellísimo conjunto de grandes ventanales de arcos de medio punto consta de patio rectangular y dos galerías sobre columnas octogonales. El edificio tiene cuatro torres en sus vértices, adornadas con unas bolas del más puro estilo isabelino. La galería situada encima del adarve meridional es de traza flamígera sobre antepechos decorados a base de punta de diamante.

Todo el castillo está circundado por una barbacana cuyas saeteras llevan esculpidas en bajo relieve la Cruz del Santo Sepulcro de Jerusalén, por el título que gozó D. Pedro González de Mendoza, íntimo consejero de los Reyes Católicos, gran cardenal de España y hermano de D. Diego Hurtado de Mendoza.

Fue declarado Monumento histórico artístico en 1931 y en él se firmó el Estatuto de Autonomía de la Comunidad de Madrid en 1983.
Si bien aún pertenece al Duque del Infantado, la Comunidad de Madrid lo administra.
Las salas que se distribuyen por el interior de esta fortaleza se destinan a biblioteca, salas de reuniones, conferencias y salas de exposiciones.

Entre sus encantos destaca una interesante colección de tapices del siglo XVII, todos ellos flamencos, hechos sobre cartones de Rubens, algunas armaduras y mobiliario de la época.
El castillo ha sufrido dos restauraciones, la primera en los años 1914-15 y una segunda más importante en las décadas de los 60-70 por el arquitecto D. Manuel González de Valcárcel.
En 2005 se llevaron a cabo unas obras de mejora, en el marco del Plan Integral de Aprovechamiento Turístico del Castillo de Manzanares El Real, desarrollado por la Dirección General de Turismo, que supuso la restauración de las colecciones artísticas, creándose un Centro de Interpretación, una nueva Sala de Audiovisuales, ampliándose las salas de exposición permanente e implantándose un nuevo Proyecto Museológico y Museográfico que ha puesto al día las instalaciones y ha mejorado los accesos al Monumento.
La tarde avanza. Cruzan las nubes y la niebla por la Pedriza. El regreso lo hago bordeando el embalse de Santillana, uno de los principales focos de suministro de agua del área metropolitana de Madrid. Alfonso XII colocó la última piedra de la presa en 1908.   Sin embargo, el Embalse adquirió su considerable capacidad de almacenamiento de agua en 1969, cuando se construyó la nueva.

Me despide el gato. Y yo me voy, con el propósito de volver, para visitar la zona en la que se encuentran las pinturas rupestres.
Fueron halladas de forma casual en 1987, en La Pedriza. Se trata de unos paneles de pinturas de figuras antropomorfas ejecutadas con pigmento ocre rojizo parduzco. Datan de la Edad de Bronce avanzado y podrían oscilar entre el año 1400 y el 1200 a. C. y nos permiten conocer cómo fue la economía básica de aquellos tiempos, fundamentada en la agricultura, la ganadería y, tal vez, el intercambio de metal.


No hay comentarios:

Publicar un comentario